La aculturación es un proceso que una persona atraviesa al ser expuesta a una cultura de características distintas a las suya, en el que se apropia de la misma y prescinde de la que formó parte originalmente. A menudo, esto se toma como una conducta involuntaria, producto de mezclarse con la nueva cultura; aunque, cabe destacar, en algunos casos se da por la acción de ente opresor, es decir, el individuo se ve obligado a despojarse de sus costumbres y adoptar otras. Este proceso, según algunos antropólogos, puede derivar en otras, como lo es la transculturación o la neoculturación, que tiene lugar cuando un pueblo entero es sometido a los elementos de la cultura dominante.

La palabra está formada por diversas raíces latinas y está formada por una serie de componentes léxicos que logran dar la acepción que tiene, como lo son el prefijo ad- (hacia), -cultura (que en su concepto original era cultivo) y el sufijo –ción o acción y efecto. Uno de los más citados ejemplos de aculturación fue el que atravesaron los indígenas, frente a la invasión de las más importantes potencias europeas; en la zona latinoamericana, fueron obligados a practicar la religión católica, además de obligados a vestir con las ropas típicas de la cultura dominante; este hecho, cientos de años después, sigue presente en la sociedad latina, en donde aún se tienen importantes costumbres occidentales.
La transculturación, por su parte, es un proceso tildado, en algunas ocasiones, de doloroso, puesto que existe una cultura “dominante” que se imponea ante otra, haciendo que la última vaya perdiendo, poco a poco, sus propiedades originales. Esto, sin embargo, no se da en algunas ocasiones; como es el caso de los hijos de inmigrantes, que conviven con la cultura de sus padres y la del país en donde reside.